One world

Coca Cola cumple 120 años.

La compañía de la botella más representativa de uno de los movimientos culturales más importantes de la historia, el pop art, celebra su cumpleaños cuando mucha gente se plantea la marca como símbolo de una evidente globalización. ¿Es eso algo de lo que avergonzarse? Si entendemos globalización como extensión sin frenos y a través de cualquier medio del imperialismo capitalista de occidente, muchos pensarán que sí. Pero muchos otros definen la globalización de una manera bastante diferente, más bien contraria. ¿Acaso este proceso no puede constituir un mecanismo eficaz de intercambio cultural que derribe cualquier barrera política, social o religiosa que se anteponga? Esas mismas barreras que impiden el progreso de los valores más profundos de la humanidad. Surgiría entonces un enorme proceso de socialización y humanización verdadero en el que participara cualquiera que se viera afectado por él.

Por eso, según creamos más conveniente una u otra acepción para el término globalización, lo entenderemos como tendencia a un mundo que progrese en conjunto, compartiendo pensamientos, cultura y tiempo, que al fin y al cabo es lo que en espíritu pero entre líneas consta en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.